viernes, 17 de abril de 2020

UN CUENTO PARA EL FIN DE SEMANA


LOS TRES ERIZOS CONFINADOS:
EL PROBLEMA DE ARGIMIRO
Por Elena Bartolomé

Los tres erizos estaban preocupados. Desde que todos estaban confinados en el jardín habían pasado muchas cosas. Habían dejado de ir a la escuela, no salían a jugar al parque, ni siquiera podían ir al prado de al lado; su madre, doña Fiestariza, se lo tenía terminantemente prohibido.
Pero eso no era lo preocupante. Podían hacer muchas cosas, rodar por la hierba como croquetas, jugar al veo veo, leer, ver tele… Lo realmente preocupante era lo raro que se estaba poniendo el búho Argimiro.
Argimiro siempre había sido un búho tranquilo (como todos los de su especie) muy observador y reflexivo; pero al pasar el tiempo confinado en el jardín hacía cosas muy impropias de él. Se picoteaba las plumas nervioso, contestaba malhumorado y, en fin, ¡no había quien se le acercara!
Pelopincho lo entendía un poco, él también estaba cansado de estar en el jardín, respecto a Pelofiesta y Bolapincho eran más ellos mismos que nunca. Pelofiesta se pasaba la vida escuchando música que bajaba de internet y refunfuñaba a la hora de hacer los deberes (más o menos como siempre) y Bolapincho se embolaba cada vez que había manzana para comer, lo que era muy normal en él.
El confinamiento no parecía haber afectado a Aracne (la araña) ni al caracol Feliciano, seguían tan tranquilos, como si no estuvieran confinados, pero Argimiro era otra cosa… Al principio siguió como siempre, observando con sus grandes y penetrantes ojos y sin mayor problema, pero luego se puso muy “enfadique”  y luego muy pesado, no hacía más que decirle a la señora Fiestariza que le dejara volar fuera un ratito, solo un ratito… y acababa llorando. ¡Un búho! ¡¡Llorando un búho!!
Aracne, era muy especial, cada vez que se subía a una planta cambiaba de color y unas veces era verde como las hojas, otras amarilla como los pensamientos… y también algo tímida; así que tuvo que hacer acopio de todo su valor para decir su idea.
Les dijo a los erizos y a Feliciano:
Chicos venid, creo que si queremos ayudar a Argimiro primero tenemos que saber lo que le pasa ¿no creéis?
Pues  no creo que aquí haya ningún valiente que se atreva a preguntar contesta Pelopincho—, da unas contestaciones horribles, el otro día yo le invité a jugar a la croqueta y me mandó a pastar.
Eso es porque los búhos no juegan a hacer la croqueta respondió el caracol Feliciano—, lo que te divierte a ti no le divierte a él, además se le descolocan las plumas.
Después de coger aire para decidirse a seguir hablando Aracne contestó:
Ya sé que no soy grande, ni tampoco valiente, pero soy empática sé cómo se sienten las flores cuando me subo a ellas, comprendo a las hojitas tiernas del trébol y a las grandes hojas de la higuera. Quizá si me poso en Argimiro pueda entenderlo.
Y por una vez estuvieron de acuerdo sin discutir, el plan era que Aracne intentara “empatizar” con Argimiro.
Muy despacio Aracne se posó en las plumas de Argimiro y comprendió. Cuando volvió con sus amigos se le caían lagrimones de sus ojitos de araña. Nunca pensó que Arigimiro tuviera otras amigas, ni que su amistad con las lechuzas fuera tan importante para él, no sabía que estaba tan triste, pensó que estaba enfadado … se confundió.
Los demás la esperaban impacientes y nada más verla le preguntaron: ¿qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?
Y Aracne les contó:
Se siente preso porque no puede volar, pero sobre todo echa de menos a las lechuzas, sus otras amigas. Se pone triste y nervioso y por eso parece enfadado pero nos necesita.
¡Hablemos con él! Dijeron los erizos a la vez.
Y así fue como se acercaron a Argimiro y Feliciano le dijo:
Amigo, sabemos cómo te sientes y hemos decidido hacer algo.
¿Podéis convencer a doña Fiestarizo para que me deje volar? Dijo Argimiro.
No, eso no, ya sabes cómo es mi madre, contestó Pelofiesta pero hay otras opciones.
Podemos decirte lo que nos hace sentir bien para darte ideas, todos somos diferentes y tenemos ideas distintas, seguro que alguna te vale. Dijo Pelopincho.
Argimiro pensó que por hablar no pasaba nada, eran sus amigos y entre todos solían tener buenas ideas.
Feliciano, el caracol dijo que le gustaba hacer ejercicio, y lo que más le gustaba era pasear. Pelofiesta se quedó de piedra y dijo:
¿En serio? ¡Pero si eres un caracol!
Eso ya lo sé contestó Feliciano, yo paseo despacito, para mí este pequeño jardín es un bosque inmenso. Siento cada briznita de hierba y huelo cada flor. Disfruto muchísimo, oigo a las golondrinas y a los jilgueros. ¡Es maravilloso!.
Bolapincho dijo que se distraía cocinando, y que preparaba ensaladas de manzana.
¿De manzana?, dijeron a dúo Pelofiesta y Pelopincho, ¡pero si siempre que hay manzana le protestas a mamá y le comes el pienso al gato!.
Ni os imagináis lo rica que está la manzana con lechuga… y sí, me gustan los piensos del gato, pero también la comida sana.
Argimiro no se lo podía creer, había cosas de sus amigos que él, con sus dotes de observación, no había observado, no conocía. Empezó a prestar atención con sus ojos, sus oídos y todas sus plumas.
Pelofiesta dijo que no tenía muchos juguetes pero que le gustaba ordenarlos, también le gustaba ordenar sus libros, libretas, pinturas…Las cosas, muchas o pocas, son más chulas si están ordenadas.
Pelopincho les contó que a él le ponía de buen humor cuando acababa de hacer los deberes y le salían bien, se había propuesto aprenderse la tabla de multiplicar entera y ya iba por la tabla del cuatro. Nadie lo entendió muy bien hasta que les dijo:
Si cada uno de nosotros tenemos tres buenas ideas y las juntamos como somos seis tendremos… 3 X 6 = 18 buenas ideas!!! Son muchas buenas ideas.
Argimiro se iba sintiendo un poco mejor cada vez que veía como le querían sus amigos, miró fijamente a Aracne, que había estado calladita, y empezó a hablar:
Vosotros no lo sabéis porque por la noche estáis dormidos, pero doña Fiestariza me dejaba volar, yo iba hasta la torre de la iglesia y me encontraba con las lechuzas, volábamos por el pueblo y por el monte… Las noches de luna llena jugábamos al escondite y reíamos. Los búhos, aunque fuéramos pequeños, teníamos derecho a volar de noche.
Puedes volar de noche dentro del jardín dijo Feliciano.
Ya, pero echo de menos a las lechuzas. ¿Y si piensan que me he olvidado de ellas?
Se quedaron todos callados, y mirando a Aracne fijamente; ella se puso bastante nerviosa, se enredó con la tela, se desenredó y por fin habló:
Si todas las noches haces batir tus alas con fuerza las lechuzas te oirán y sabrán que estás ahí.
Aquella noche Argimiro hizo batir sus alas con fuerza, sus amigos le acompañaban esperando para ver qué pasaba. ¡Y entonces lo oyeron! ¡Las lechuzas estaban batiendo sus alas también!
Argimiro se puso muy, muy contento. Sus amigas le recordaban y le animaban.
Desde aquel día, a las 8 para que puedan estar los diurnos y oírles y sentirse bien, Argimiro y las lechuzas hacen batir sus alas. Si salís a la ventana podréis oir muy bajito y muy lejano, en algún lugar de la imaginación los aplausos de las aves.

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