LOS
TRES ERIZOS CONFINADOS:
EL PROBLEMA DE ARGIMIRO
Por Elena Bartolomé
Los tres erizos estaban preocupados. Desde
que todos estaban confinados en el jardín habían pasado muchas cosas. Habían
dejado de ir a la escuela, no salían a jugar al parque, ni siquiera podían ir
al prado de al lado; su madre, doña Fiestariza, se lo tenía terminantemente
prohibido.
Pero eso no era lo preocupante. Podían
hacer muchas cosas, rodar por la hierba como croquetas, jugar al veo veo, leer,
ver tele… Lo realmente preocupante era lo raro que se estaba poniendo el búho
Argimiro.
Argimiro siempre había sido un búho
tranquilo (como todos los de su especie) muy observador y reflexivo; pero al
pasar el tiempo confinado en el jardín hacía cosas muy impropias de él. Se
picoteaba las plumas nervioso, contestaba malhumorado y, en fin, ¡no había
quien se le acercara!
Pelopincho lo entendía un poco, él
también estaba cansado de estar en el jardín, respecto a Pelofiesta y
Bolapincho eran más ellos mismos que nunca. Pelofiesta se pasaba la vida
escuchando música que bajaba de internet y refunfuñaba a la hora de hacer los
deberes (más o menos como siempre) y Bolapincho se embolaba cada vez que había
manzana para comer, lo que era muy normal en él.
El confinamiento no parecía haber
afectado a Aracne (la araña) ni al caracol Feliciano, seguían tan tranquilos,
como si no estuvieran confinados, pero Argimiro era otra cosa… Al principio
siguió como siempre, observando con sus grandes y penetrantes ojos y sin mayor
problema, pero luego se puso muy “enfadique”
y luego muy pesado, no hacía más que decirle a la señora Fiestariza que
le dejara volar fuera un ratito, solo un ratito… y acababa llorando. ¡Un búho!
¡¡Llorando un búho!!
Aracne, era muy especial, cada vez que
se subía a una planta cambiaba de color y unas veces era verde como las hojas,
otras amarilla como los pensamientos… y también algo tímida; así que tuvo que
hacer acopio de todo su valor para decir su idea.
Les dijo a los erizos y a Feliciano:
—Chicos
venid, creo que si queremos ayudar a Argimiro primero tenemos que saber lo que
le pasa ¿no creéis?
—Pues
no creo que aquí haya ningún valiente
que se atreva a preguntar — contesta
Pelopincho—, da unas contestaciones
horribles, el otro día yo le invité a jugar a la croqueta y me mandó a pastar.
—Eso
es porque los búhos no juegan a hacer la croqueta —
respondió el caracol Feliciano—, lo que
te divierte a ti no le divierte a él, además se le descolocan las plumas.
Después de coger aire para decidirse a
seguir hablando Aracne contestó:
—Ya
sé que no soy grande, ni tampoco valiente, pero soy empática sé cómo se sienten
las flores cuando me subo a ellas, comprendo a las hojitas tiernas del trébol y
a las grandes hojas de la higuera. Quizá si me poso en Argimiro pueda
entenderlo.
Y por una vez estuvieron de acuerdo sin
discutir, el plan era que Aracne intentara “empatizar” con Argimiro.
Muy despacio Aracne se posó en las
plumas de Argimiro y comprendió. Cuando volvió con sus amigos se le caían
lagrimones de sus ojitos de araña. Nunca pensó que Arigimiro tuviera otras
amigas, ni que su amistad con las lechuzas fuera tan importante para él, no
sabía que estaba tan triste, pensó que estaba enfadado … se confundió.
Los demás la esperaban impacientes y
nada más verla le preguntaron: ¿qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?
Y Aracne les contó:
—Se
siente preso porque no puede volar, pero sobre todo echa de menos a las
lechuzas, sus otras amigas. Se pone triste y nervioso y por eso parece enfadado
pero nos necesita.
—¡Hablemos
con él! Dijeron los erizos a la vez.
Y así fue como se acercaron a Argimiro y
Feliciano le dijo:
—Amigo,
sabemos cómo te sientes y hemos decidido hacer algo.
—¿Podéis
convencer a doña Fiestarizo para que me deje volar? Dijo Argimiro.
—No,
eso no, ya sabes cómo es mi madre, contestó Pelofiesta pero hay otras opciones.
—Podemos
decirte lo que nos hace sentir bien para darte ideas, todos somos diferentes y
tenemos ideas distintas, seguro que alguna te vale. Dijo Pelopincho.
Argimiro pensó que por hablar no pasaba
nada, eran sus amigos y entre todos solían tener buenas ideas.
Feliciano, el caracol dijo que le gustaba
hacer ejercicio, y lo que más le gustaba era pasear. Pelofiesta se quedó de
piedra y dijo:
—¿En
serio? ¡Pero si eres un caracol!
—Eso
ya lo sé —contestó Feliciano—, yo paseo despacito, para mí este pequeño
jardín es un bosque inmenso. Siento cada briznita de hierba y huelo cada flor.
Disfruto muchísimo, oigo a las golondrinas y a los jilgueros. ¡Es maravilloso!.
Bolapincho dijo que se distraía
cocinando, y que preparaba ensaladas de manzana.
—¿De
manzana?, dijeron a dúo Pelofiesta y Pelopincho, ¡pero si siempre que hay
manzana le protestas a mamá y le comes el pienso al gato!.
—Ni
os imagináis lo rica que está la manzana con lechuga… y sí, me gustan los
piensos del gato, pero también la comida sana.
Argimiro no se lo podía creer, había
cosas de sus amigos que él, con sus dotes de observación, no había observado,
no conocía. Empezó a prestar atención con sus ojos, sus oídos y todas sus
plumas.
Pelofiesta dijo que no tenía muchos
juguetes pero que le gustaba ordenarlos, también le gustaba ordenar sus libros,
libretas, pinturas…Las cosas, muchas o pocas, son más chulas si están
ordenadas.
Pelopincho les contó que a él le ponía de
buen humor cuando acababa de hacer los deberes y le salían bien, se había
propuesto aprenderse la tabla de multiplicar entera y ya iba por la tabla del
cuatro. Nadie lo entendió muy bien hasta que les dijo:
—Si
cada uno de nosotros tenemos tres buenas ideas y las juntamos como somos seis
tendremos… 3 X 6 = 18 buenas ideas!!! Son muchas buenas ideas.
Argimiro se iba sintiendo un poco mejor
cada vez que veía como le querían sus amigos, miró fijamente a Aracne, que
había estado calladita, y empezó a hablar:
—Vosotros
no lo sabéis porque por la noche estáis dormidos, pero doña Fiestariza me
dejaba volar, yo iba hasta la torre de la iglesia y me encontraba con las
lechuzas, volábamos por el pueblo y por el monte… Las noches de luna llena
jugábamos al escondite y reíamos. Los búhos, aunque fuéramos pequeños, teníamos
derecho a volar de noche.
—Puedes
volar de noche dentro del jardín— dijo
Feliciano.
—Ya,
pero echo de menos a las lechuzas. ¿Y si piensan que me he olvidado de ellas?
Se quedaron todos callados, y mirando a
Aracne fijamente; ella se puso bastante nerviosa, se enredó con la tela, se
desenredó y por fin habló:
—Si
todas las noches haces batir tus alas con fuerza las lechuzas te oirán y sabrán
que estás ahí.
Aquella noche Argimiro hizo batir sus alas
con fuerza, sus amigos le acompañaban esperando para ver qué pasaba. ¡Y
entonces lo oyeron! ¡Las lechuzas estaban batiendo sus alas también!
Argimiro se puso muy, muy contento. Sus
amigas le recordaban y le animaban.
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