Llevamos
algo más de un mes confinados en casa y, si descontamos los días de “no-vacaciones”
de Semana Santa, cuatro largas semanas sin actividad presencial en el colegio.
Desde
que se cerraron todos los centros educativos ninguno de nosotros –ni familias ni profesores- sabíamos qué era lo que
iba a pasar en adelante. Todo nos vino de sopetón: la declaración del estado de
alarma, el confinamiento, los datos de la enfermedad provocada por un “bicho”
que, sin más, nos obligó a todos a encerrarnos en casa…
Propongo,
desde aquí, un giro de foco hacia nosotros, los adultos que componemos esta
comunidad educativa del CEIP Morales del Vino: profesores, padres y madres,
personal de servicios de comedor, madrugadores y ATE, monitores de actividades
extraescolares… para, en lo posible,
intentar dar ánimos a quienes ya los van perdiendo y para ayudar a recolocar
nuestra posición como seres racionales en todo esto.
Los
padres y madres os enfrentasteis a un primer desafío: qué hacer con los niños. Mil
y una ideas de actividades para hacer con los peques: manualidades, juegos,
actividad física, recursos del colegio en el blog, lecturas, cine… que
surgieron de las redes, de los amigos, del Blog del colegio, os ayudaron a
pensar con optimismo que esto iba a salir bien.
La
palabra “conciliación” cobró, en aquel momento, todo su sentido y pudimos
comprobar que es un lujo que no todos se han podido permitir. Algunos han
tenido que seguir trabajando en primera línea ahí fuera, exponiéndose a
contraer la enfermedad, pero cuidando de todos nosotros abasteciéndonos de
comida para que no nos falte de nada, cuidando de la salud de quienes
enfermaron… en fin, intentando mantener la vida, o lo que nos ha ido quedando
de ella, a flote.
La
mayoría de vosotros os habéis adaptado a esta nueva situación con miles de recursos:
clases online de yoga, de cocina, de fitness, de
baile, directos de personajes influyentes, toneladas de información -y otras
tantas de desinformación-, chistes y memes, conciertos, recitales de poesía,
visitas virtuales a los museos del mundo, talleres de absolutamente cualquier
actividad imaginable, y la cita diaria de las 8 de la tarde al balcón o la
ventana para aplaudir a todos aquellos que, desde fuera y desde dentro, han ido
cuidando de nosotros.
Sin
embargo, y aunque nos pasamos la vida añorando más tiempo, nos hemos dado
cuenta de que cuando lo tenemos no sabemos qué hacer con él. Parece que nos
cuesta estar con nosotros mismos, con nuestros hijos, descansando, tranquilos,
con nuestros pensamientos, compartiendo emociones con aquellos a los que
queremos y a quienes les está pasando lo mismo que a nosotros. Tenemos miedo e
incertidumbre acerca de ésta situación.
Ahora,
que se ha parado el ritmo agotador de la vida que llevábamos, tenemos la
oportunidad de parar y ponernos a pensar en lo que realmente importa en este
momento: aprovechar el tiempo que nos ofrece esta situación para disfrutar de
la compañía de los niños, los mayores y de nosotros mismos, de realizar tareas
que siempre tendemos a posponer por falta de tiempo, de cuidarnos y cuidar a
los nuestros compartiendo tareas domésticas que nos brindan la oportunidad de
enseñar a los más pequeños habilidades que, en la vida que hasta ahora hemos
llevado, no nos era posible por falta de tiempo, darnos permiso para parar y
dejar de ser tan exigentes con todo y con todos porque, finalmente, lo
importante es salir adelante de una forma saludable y tranquila tanto física como
mentalmente.
Uno
de los lemas de nuestro centro es “Seamos amables” y a esto también se aprende.
Ahora tenemos mucho tiempo para practicar esto en casa y enseñárselo a nuestros
pequeños con nuestro ejemplo. Recordad que se aprende lo que se ve. Y la
amabilidad es un valor que produce un efecto muy interesante en quien la
recibe: cuando tú eres amable, recibes esa misma respuesta de los demás. Os
invito a probar.
Ante
estos momentos de incertidumbre, en los que no sabemos hasta cuándo va a quedar
nuestra vida en suspenso, vivamos el día a día aceptando que hay circunstancias
que, por el momento, no podemos controlar y que no debemos sufrir por ello.
Ésta
es la realidad que tenemos. No la podemos cambiar pero lo que sí podemos hacer es
decidir cómo la vamos a gestionar. De nuestra decisión dependerá que disfrutemos
las pequeñas cosas y hagamos que los nuestros disfruten, o que nos sometamos –y
arrastremos a los nuestros- a un sufrimiento inútil por una situación que no podemos
cambiar.
Pensad,
también, que a todos nos está pasando lo mismo y, sobre todo, pensad que
vuestros hijos son los que más están acusando una situación rara y están en peores
condiciones de entenderla. No les sobrecarguemos de trabajo, ellos también están
preocupados y algunos un poco más angustiados si es eso lo que les transmitimos. Escuchad lo que ellos tienen que decir que, muchas veces, os dará la pauta para actuar. Ahora tenemos tiempo.
Cuidaos
mucho.